He perdido la conciencia, no recuerdo cuanto tiempo llevo
sentada acá, he visto oscurecer hasta las paredes, mas no vi marchitar mi boca,
ni desparecer el horizonte que imagino, solo percibí por las sombras, que ibas
y venías y que te pesaba mi estado, la culpa te carcomía; me lo dijiste,
yo aún perdida, no respondí, me
sacudiste violentamente y me dijiste que viviera, que no era justo morir así
y yo solo estuve ahí seca hasta las
lágrimas, taciturna , dormida entregada al destino creo, ni siquiera a asumir
algo, solo por estar, por robar un poco de aire a ese cuarto de paredes
desteñidas. Como siempre el deambular de esos seres llenos de vida al menos,
hacía ruido a mí alrededor, algo de movimiento le daban a esas tablas
apolilladas del suelo, yo solo oía, se quienes iban, quienes se quedaban,
quienes solo pasaban, quienes lloraban y quienes les hervía la impotencia,
quienes me odiaban por mantenerlos pendientes, quienes miraban lastimeros y tú
que me entendías, sin decir, sin hablar, sin quedarte, solo observando de
lejos. Te entristecías por mí, te dolía más que a mí, solo me sonreías, me
hacía bien. Me lanzaron agua en la cara,
por si salía de ese ensimismamiento, mi reacción fue quitarme el pelo del
rostro y estirar la punta de la lengua para saborear el agua, todos gritaban,
se paseaban me secaban, me traían ropa nueva, un vaso de agua, escuché que
decían que mejoraría, yo solo decía: -siempre he estado bien-, -solo
que ahora no quiero sentir-, y seguía buscando tus ojos en la ventana, te
habías ido, él me abrazaba fuerte y me decía que había decidido bien, que ya le
quitaba un peso de encima, que sabría que estaría bien, mis ojos aún lejanos
pensaban en que todo este circo, lo único que lograba era hundirme más en ese
estado considerado como falta de cordura.