Me ciño al pecho oxidado, al grito sordo de la angustia, al instante en que cedí a la distancia, al abismante recuerdo que nos arroja y que me hiñe el vientre, que me escupe y que estalla a mis vacíos ojos. Acuso al tiempo que ensombrece mi semblante, al mortal que no me desnuda en el pensamiento, a las manos que inherentemente se unen a las mías.
Es inevitable el retorno, el polvo ha emblanquecido las telas y ha opacado a la ninfa, la ha besado en su frente; luego sepultado en un rincón, es inadmisible una hembra manchada de vergüenzas, es absurdo que haya sido expulsada del Olimpo.
Comando actualidad con Adrián Pérez.
Hace 10 años
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